Esta cirugía consiste en la extirpación completa de la próstata y las vesículas seminales mediante pequeñas incisiones por las que se introducen una cámara y el instrumental en el interior del cuerpo. Su ventaja más obvia con respecto a la cirugía convencional abierta es la minimización de la agresión quirúrgica, pues evita las grandes incisiones abdominales. Disminuye las complicaciones, reduce el dolor postoperatorio y la estancia hospitalaria postoperatoria es de tan sólo 2 días, y acelera enormemente la reincorporación a la vida activa.
Tras la cirugía se deberá llevar una sonda vesical durante un periodo aproximado de 10 días. Pero además, la magnificación de la imagen producida por la cámara y los instrumentos de 5 milímetros permite un tratamiento más cuidadoso de los tejidos, con una óptima recuperación de la continencia urinaria y la función eréctil, manteniendo unos resultados oncológicos al menos igual de buenos a la cirugía convencional.
A pesar de las ventajas demostradas por esta técnica, el lento proceso de aprendizaje de la laparoscopia hace que la mayor parte de las prostatectomías radicales realizadas en España siguen realizándose mediante el abordaje abierto, mientras que en países de nuestro entorno europeo y en Estados Unidos la realización de cirugía abierta es ya marginal.